El cafelito de Bush

Según contó a los corresponsales en la Casa Blanca el ya casi ExPresidente de los EEUU Mr.Bush, la mañana del próximo 21 de enero, cuando tú te estés afeitando, duchándote, ajustándote la falda, intentando abrocharte el botón que se resiste, cerrando el último broche del sujetador o abrochándote el penúltimo botón de la camisa, antes de salir a la calle como un día más, el tipo que hasta el día anterior fue el más poderoso del mundo mundial se estará tomando una buena taza de café en su rancho de Tejas y, según aseguró, se mirará sin miedo al espejo para afeitarse. Un espejo en el que habrá un cristal igualito al que tu habrás dejado atrás al dar la última vuelta a la llave antes de encarar un día más una jornada que habrá de ser buena o no en función de cómo la encares –otro día hablaré de Victor Frankl y su “El hombre en busca de sentido”- pero el tipo, ese que ha dejado el mundo al que irás esa mañana, hecho unos zorros, estará sentado con la taza humeante de café en la mano sin ruborizarse ante la descomunal patraña que los suyos organizaron para quedarse con un segundo mandato, al que no se le helarán los ojos al mirar un periódico y ver la que está cayendo en Afganistán, en Palestina o en Somalia. Beberá un sorbo sin caer en la cuenta de la barbarie que ha provocado con sus ansias de loco neoliberalismo. Será un día más, una jornada normal en la que habrás arrancado el coche, estarás esperando a que aparezca el dichoso autobús, te habrás puesto el casco para subir en la moto, o estarás a punto de congelarte de felicidad la mano mientras la agitas a la vez que tu hijo o hija entra en el colegio y te lanza un beso de despedida. En ese momento maldecirás no haberle mandado de premio al hombre de la humeante taza de café un paquetito de aquellas galletitas que tanto le gustan y que a punto estuvieron de hacer un suspiro de mundo mejor.